El fulgor de la noche (I)

Foto tomada del internet.

El fulgor de la noche (I)
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Luis de la Barreda Solórzano, Excélsior, 9 de marzo de 2017

En El fulgor de la noche. El comercio sexual en las calles de la Ciudad de México (Océano, 2017), Marta Lamas aborda un tema de urgente actualidad. Es un libro que debieran leer, sobre todo, las fiscales de trata de personas, los jueces penales y los legisladores de toda la República.

Con extraordinaria potencia argumentativa y en una prosa clara y minuciosa, la autora sale al paso de las voces que reclaman, como parte de la estrategia contra la trata, la abolición del trabajo sexual, pues entienden que quienes lo ejercen devienen en esclavas sexuales. Es un asunto que ha enfrentado a las feministas de todos los países occidentales.

La fundadora de las revistas Fem y Debate feminista y del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) distingue con precisión el trabajo sexual voluntario del repugnante y gravísimo delito de trata. Entre aquel trabajo y este delito hay una diferencia abismal, la misma que existe entre toda labor remunerada que se realiza voluntariamente y la reducción de seres humanos a la esclavitud con fines de explotación sexual o de otra índole.

El trabajo desempeñado libremente requiere una normativa que prevenga y sancione abusos contra los trabajadores, les otorgue prestaciones y les imponga deberes, en tanto que la trata de personas es un crimen aberrante que ameritaría que Yahvé volviera a hacer que lloviese fuego contra los culpables. Miles de mujeres en el mundo han elegido dedicarse al trabajo sexual básicamente por el beneficio económico que obtienen de éste.

La posibilidad del ejercicio voluntario del trabajo sexual no es admitida por las neoabolicionistas. Alegan que en la sociedad patriarcal y sexista, en la que las mujeres ocupan posiciones de subordinación con respecto de los varones, cierta clase de elecciones están determinadas por preferencias adaptativas, las que, por decirlo coloquialmente, hacen de la necesidad, virtud. La elección de la prostitución —término que no le gusta a Lamas por su carga despectiva y su sentido condenatorio— refleja, desde el punto de vista de las neoabolicionistas, los deseos deformados por el sexismo cultural y ciertas condiciones socioeconómicas.

No es difícil advertir que tal planteamiento, llevado a sus últimas consecuencias, implicaría que todo consentimiento otorgado por las mujeres, en la esfera sexual y en cualquier otra, dada la situación de desigualdad entre los sexos, sería un consentimiento viciado, no genuino. El corolario sería nefasto: tendríamos que considerar a las mujeres en todos los casos y en todos los ámbitos incapacitadas para manejar su propia vida, como se les consideró doquiera durante milenios y aún se les considera en regímenes regidos por la sharía.

Me apresuro a apuntar que ninguna decisión de ningún ser humano se toma al margen de las circunstancias de la ocasión. Lo expresó memorablemente José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Sin duda, millones de obreros y campesinos, de empleados públicos y privados, miles de mineros, albañiles, afanadores, policías o taxistas preferirían, en lugar de su trabajo actual, ser el centro delantero del Rebaño Sagrado con el salario de Alan Pulido, y muchísimas secretarias, meseras, enfermeras, trabajadoras domésticas e incluso profesionistas y empresarias quisieran la voz, la figura, el éxito y los ingresos económicos de Shakira en vez de su presente ocupación.

Pero de ahí no se sigue que el trabajo que desempeñan esos hombres y esas mujeres sea un trabajo esclavo. La esclavitud sexual es la que padecen, por ejemplo, las víctimas del Estado Islámico, y las de traficantes de personas que las han privado de su libertad para explotarlas sexualmente. Los elementos definitorios de la esclavitud sexual, o de cualquier otra modalidad de trata de personas, son la coerción o el engaño, que anulan la libertad. La trata sexual fuerza a una mujer o a un hombre a prestar su cuerpo contra su voluntad, lo que resulta monstruoso y debe combatirse con todo rigor, pero —subraya Marta Lamas— “también hay quienes realizan una fría valoración del mercado laboral y eligen la estrategia de vender servicios sexuales”.