Día de muertos con prostitutas

Servicio religioso 2 de noviembre 2011

Día de muertos con prostitutas
Crónicas urbanas
Diario El Milenio
Humberto Ríos Navarrete
2013-11-03

Las instalaciones de Brigada Callejera de apoyo a la mujer, ubicadas en la calle Corregidora, zona de La Merced, son insuficientes para albergar a trabajadoras y trabajadores sexuales, durante el preludio a la celebración del Día de Muertos, por lo que deben reacomodarse mientras escuchan a Patricia recordarles, como si fuera la primera vez, la importancia de usar el condón.

Los asistentes ponen atención y apruebas con gestos mientras escuchan las palabras de la integrante de Brigada Callejera, quien remacha:

—Por todas las que han muerto, por eso estamos aquí. Nosotros hay que seguirnos cuidando. Nunca dejes de usar el condón, porque el condón salva vidas.

En el trayecto de su oficio como sexoservidoras algunas han muerto, recuerda Patricia, ya sea asesinadas o por enfermedad, y sus cuerpos son llevados al Servicio Médico Forense; pero como carecen de parientes, Brigada Callejera tramita la entrega y entre amigos les dan sepultura digna.

—¿Las han matado?

—Sí, en hoteles las asfixian con sus propias medias o las apuñalan. Pero algunas no tienen familias. Por eso nosotros tramitamos la entrega.

—Que se vea el apoyo de todos los compañeros —demanda con voz fuerte un transexual—, porque el Gobierno del Distrito Federal dice que acabará con la prostitución y que nos van a mandar a un corredor.

Sus palabras suenan como una alerta en el pequeño local, donde todos paran la oreja ante la advertencia, y anuncia:

—Próximamente vamos a tener una reunión todos los grupos que nos dedicamos al trabajo sexual. Porque —alza la voz— somos pendejas pero vamos a misa.

Entre los invitados acude La Suspiros, una ex trabajadora sexual, seducida en su adolescencia por un explotador en el estado de Morelos, pero que hace poco, comenta sonriente, fue rescatada por su “príncipe azul”.

La mujer, ahora de 46 años, comenta que la mayoría de sus compañeras se inició en el oficio “por enamoramiento, por empleo, por amenaza o por secuestro”.

Y seguirá narrando.

En eso están cuando aparece el religioso Francisco Lagunes Gaitán, de la Libre Congregación Unitaria de México, quien inicia la misa “en memoria de las trabajadoras sexuales asesinadas, muertas de Sida, víctimas de trata, silencio y discriminación”.

***

Esta celebración nos ayuda porque nuestras muertas están con nosotros, dice Lagunes Gaitán, quien pide un minuto de silencio y convoca a pensar en algún regalo recibido de los seres queridos ausentes.

Y pide suspirar.

Y que se mencionen nombres.

Los presentes, 99 por ciento mujeres, pronuncian en voz baja: Elisa, Melisa, Manuel, Virginia, Margarita, Luciano, Vanesa, Cecilia, José, Chucho, Natalia, Mayela. Etcétera. Lagunes agrega: “Su partida nos duele”.

Después reparte panes y pide que cada quien tome un pedazo y que agregue: “Todos somos un cuerpo, todos somos una familia”.

Luego lee un texto de Elie Wiesel: “Lo opuesto del amor no es el odio, sino la indiferencia/Lo opuesto del arte no es la fealdad, sino la indiferencia/Lo opuesto a la fe no es la herejía, sino la indiferencia/Lo opuesto a la vida no es la muerte, sino la indiferencia”.

Y después de pronunciar salmos y frases —“Tanta gente en el mundo está hambrienta que Dios no puede aparecérsele más que en forma de pan”: Gandhi—, el predicador invita a seguirlo en coro:

“Recordemos ahora a todos lo que han vivido, muerto y compartido este mundo con nosotros: los santos y los pecadores, los mártires y los héroes, los profetas y los sanadores; las mujeres, los hombres y los niños ordinarios; los famosos y los olvidados, los incontables y los anónimos”.

Termina su plegaria y exhorta a visitarlo a él y su grupo que se reúnen cerca de la estación Revolución del Metro. Las asistentes, muchas de edad madura, se despiden.

Afuera, sobre Anillo de Circunvalación y calles aledañas, puñados de mujeres, la mayoría jóvenes, ofrecen sus servicios sexuales.

***

—¿La Suspiros?

—Sí —responde la mujer, de carácter jocoso—, porque cuando yo estaba en la cantina, siempre suspiraba. Por eso me pusieron así.

Es originaria del estado de Morelos. Dice que vivía con una “madre que se tiró al vicio”. Tenía 16 años cuando llegó a la Ciudad de México, junto con su novio, de 20, quien la sedujo mientras ella compraba pollo y jitomates en el mercado.

“Por lo general —describe La Suspiros, en referencia a los padrotes —estos hijos de la chingada llegan a los pueblos y te enganchan”.

—¿Y a usted qué le dijo?

—“Hola, niña, cómo te llamas, eres muy bonita”. Así me dijo y se fue. Nos volvimos a topar a los 15 días. La misma historia. Ya cuando me di cuenta nos hicimos novios. Duramos medio año.

—¿En qué año fue?

—Creo que en los 80. Me dijo que me iba a traer con su tía, que quería que la conociera.

—Y la trajo al DF.

—Sí, me llevó a una casa de Villa Coapa, pero un día me resultó con que la señora no era su tía, sino su amante, y me advirtió: “si no quieres que te deje, vas a hacer lo que yo diga”, y me trajo aquí, a La Merced, a trabajar sobre Corregidora. Tuve un hijo y me amenazó con quitármelo. A los tres años me desafané de él.

—La maltrataba.

—Me quitaba todo lo que yo ganaba. Me pasaba báscula. No me dejaba ni un peso. Me metía las manos a los pechos, porque luego yo me escondía que para el chocolate, pero ni un peso. Me amenazaba con quitarme a mi hijo.

—¿Tanto así?

—Después una amiga me sugirió que lo demandara y lo amenacé y dejó de sacarme dinero. Trabajé por mi cuenta hasta 2012, porque un vecino, que era mi cliente, se enamoró, nos enamoramos, y me dijo que cuando un hombre quiere a una mujer no va a permitir que se meta con muchos hombres ni la va a tener trabajando en una esquina. Me dijo: “yo te quiero para mí solito”.

—Todo eso fue antes…

—Sí, todo eso fue antes de ser rescatada del talón, de la esquina, del tormento —enumera esta mujer de tez morena, risueña, en las oficinas de Brigada Callejera, donde ha recibido ayuda e incluso ha estudiado talleres de poesía y periodismo.

—¿Tormento?

—Sí —responde—, porque para mí era un tormento trabajar bajo aguaceros, fríos, tiempos en los cuales no había ni un quinto, porque las jovencitas nos quitaban el pan de la boca. Bueno, sí se trabaja, pero es mucho menos.

—Hasta que llegó…

—¡Mi príncipe azul!

Y suelta una carcajada.

Y muestra un largo poema —La flor marchita— de su autoría: “Un día nací de su retoño/Tronco de palo/Era ella la que me trajo al mundo/Para luego abandonarme/Entre su propia sangre roja, /Como el carmesí, /Pero pálida,/Sin aliento amoroso/Que se hundió/En el mar del alcohol y el olvido/Y así crecí…”.

Humberto Ríos Navarrete
Crónicas urbanas